La tremenda Vigencia de Mirarse a los Ojos. Por Carlos Caramello
Otra magistral adaptación y puesta de Luis Longhi con un espectacular elenco
“El teatro es tan infinitamente fascinante, porque es muy accidental, tanto como la vida.”
Arthur Miller.
Se apagan las luces. Se enciende el aplauso que, de repente, se vuelve ovación. La magia del teatro ha hecho otra vez de las suyas y una obra de William Shakespeare. “Rey Lear”, readquiere una colosal vigencia en la adaptación y puesta que Luis Longhi ha erigido de este clásico eterno cuyo tema central es el poder y la traición.
La platea estalla porque allí, sobre el escenario de la sala Armando Discépolo de la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, todos hemos visto representado algún momento de la Argentina de hoy. Y hemos comprendido, seguramente, el por qué de que el gobierno nacional aborrezca el arte: pasa que lo exhibe; lo expone como ninguna otra cosa… y lo combate.
Más allá de algún diálogo que pueda denunciar la crueldad o la violencia del poder; más allá de cierta escena donde la traición quede patentizada de manera escandalosamente explícita; más allá de la imagen en tres planos armándonos la conciencia; más allá, incluso, de las significativas estrofas de una canción que retumba: “No claudicará/El Pueblo unido nunca claudicará/Miren, acá están: no paran de bailar/siembran poesía y conciencia popular”.
Más allá de todo eso, están el antes y el después. El apagar el teléfono, la tele y disponerse a salir, a encontrarse con otros, a mirarse en los ojos de los otros. Y un rato (o días) antes, la ceremonia de elegir: qué obra, qué sala, aquel actor, ese dramaturgo.
Todo hace a la misa pagana. Ese rito que nos viene de lejos y ha habitado a la mayoría de los pueblos del orbe. Esa celebración invicta que tantos han querido dar por muerta y, sin embargo, el pueblo ha mantenido como un rescoldo para el alma. Por el encuentro. Por la reunión.
Vuelven a encenderse las luces pero el aplauso no se apaga. La obra sigue allí. La puesta ha quedado atada a los ojos de los que vivan de pie; de los que se han reencontrado en la fiesta de los sentidos y las emociones. Los miro y me miro. Hora de salir. Tranquilos. Despacio. Uno sabe (todos saben) que se llevan algo pero que también han dejado algo allí adentro de la sala.
En la vereda el público se demora saludando a actores y actrices; comentando lo original de la puesta de Longhi y la maravilla de la eternidad de Shakespeare. Alguien -entre todas las voces- sintetiza: “un dramaturgo popular”. Y todos sentimos que podemos caber en la palabra.
La danza del pueblo ha vuelto a ser bailada en una noche de teatro. Telón.
Carlos Caramello